Hay un universo muy particular, en el interior del intestino, que tiene una influencia determinante sobre la salud y el bienestar, no solo de la barriga, sino de todo el organismo. Microbiota intestinal y sistema inmunológico son dos elementos esenciales que van de la mano, para hacer que todo el ecosistema que es el “cuerpo humano” esté bien.
El fulcro es la microbiota, un mosaico complejo de microorganismos, como bacterias, virus y hongos que superan por 10 veces el total de las células del organismo. Y por si fuese poco: el conjunto de sus genes es más de 150 veces mayor respecto a los genes del ser humano. Tan así es que algunos investigadores han concebido la idea de un “superorganismo”, formado por el ser humano en su totalidad y por su microbiota que, con todos sus huéspedes, es única para cada uno de nosotros.
De hecho, no hay dos iguales. Desde la panza, la microbiota dialoga con el resto del cuerpo, condicionando la salud de todo el organismo.
Microbiota intestinal y sistema inmunológico: un segundo cerebro en la barriga
Además del aparato gastrointestinal, la microbiota influye (de forma positiva y negativa) en:
- el corazón;
- los pulmones;
- los sistemas inmunológico y metabólico;
- el cerebro;
- el humor;
- las emociones;
- la depresión;
- el sueño.
De hecho, el tracto gastrointestinal está dotado de un complejo sistema de neuronas y fibras nerviosas conectadas entre sí como una red que conforma un verdadero “cerebro” intestinal (el famoso sistema nervioso entérico). Una ayuda más para el sistema inmunológico.

Este sistema nervioso está conectado mediante vías nerviosas (nervio vago), neurotransmisores (serotonina) y sustancias neuro-hormonales con el sistema nervioso central (el verdadero cerebro), condicionando algunas de sus respuestas y recibiendo del mismo algunos influjos. No todas estas conexiones son claras y las influencias recíprocas entre los dos sistemas nerviosos no se pueden demostrar fácilmente desde un punto de vista científico. Sin embargo, numerosos experimentos en animales han demostrado que, modificando la microbiota, se puede condicionar la respuesta del sistema nervioso central.
Microbiota: un escudo para todo el organismo
Una microbiota sana se comporta como un escudo: los microorganismos actúan como guerreros que obstaculizan a las bacterias potencialmente nocivas. De hecho, gracias a este mecanismo, la microbiota actúa como un “antibiótico fisiológico” que el organismo produce por sí mismo. Esto sucede porque algunas de sus bacterias – lactobacilos y bifidobacterias – estimulan la producción de una sustancia llamada butirato, derivada de la fermentación de los carbohidratos. Esta sustancia permite mantener la integridad de la barrera intestinal, protegiendo así todo el organismo de las respuestas inflamatorias ligadas al paso de sustancias o bacterias peligrosas.
Una microbiota sana desempeña muchas funciones nutricionales esenciales. Por ejemplo, la síntesis de algunas vitaminas, como la K y las del grupo B. Además, optimiza la digestión de carbohidratos complejos que no sería posible digerir de otra forma (la celulosa) y las proteínas, poniéndolos a disposición del organismo.

Microbiota intestinal y sistema inmunológico: la importancia de la alimentación
Defiende la biodiversidad comiendo bien
Para que la microbiota contribuya al bienestar del organismo, es vital que la barrera intestinal esté íntegra, que no se vea alterada por infecciones, estrés, sustancias tóxicas, carencias nutricionales. Si esto sucede, el sistema inmunológico no podrá funcionar al máximo y podría colapsar. Así pues, se desencadenaría un malestar general y molestias gastrointestinales como la diarrea, el mal de cabeza, hinchazón de la barriga e, incluso, infecciones en las vías respiratorias.
También es necesario que la microbiota esté sana para no abrir las puertas a enfermedades que podrían ser serias como alergias e intolerancias alimenticias, síndrome del intestino irritable y otras enfermedades inflamatorias intestinales crónicas, enfermedades metabólicas como la obesidad.
Así pues, mantener una microbiota sana y la barrera intestinal íntegra es crucial para preservar la salud. Y la alimentación tiene un rol fundamental en este sentido. Una vez más, los estudios científicos sugieren que el modelo de la dieta mediterránea es el mejor. De hecho, es variada, equilibrada, rica en muchos alimentos sanos y genuinos.
- Como los cereales, es decir, el trigo, el arroz, el maíz, la avena, el farro y también centeno, que con su pan original ha entrado de lleno en nuestra alimentación.
- Frutas y verduras, que crean el “clima” ideal para favorecer la proliferación de las bacterias “buenas”, como lactobacilos y bifidobacterias.
- Son útiles también la carne, el pescado, los quesos, fuentes de proteínas nobles y minerales como el zinc y el selenio que promueven la proliferación de bacterias positivas.
Es fundamental también que los alimentos se distribuyan en el arco del día y se dividan en 5 platos, para favorecer la digestión, absorción y el metabolismo correcto.
Una barrera intestinal sana y una microbiota saludable crean pues las condiciones para proteger el equilibrio psicofísico de todo el organismo.

Microbiota: una ayuda contra el sobrepeso y la obesidad
Todos los días se descubre algo nuevo sobre la microbiota que revela algo más de sus íntimos mecanismos. Por ejemplo, el rol que tienen los receptores del gusto con los que reconocemos los diferentes sabores y que están presentes no solo en la cavidad oral, sino en todo el tracto gastrointestinal.
Son particularmente interesantes los del sabor amargo que, estimulados por verduras como la achicoria, el repollo, las berenjenas, las alcachofas, pero también el chocolate negro, inducen la síntesis de algunos transmisores que reducen el apetito, actuando sobre el sistema nervioso y ralentizando el vaciado gástrico. Esto explica el poder que tienen los alimentos amargos para favorecer la saciedad, y sirven de base para proyectar estrategias alimenticias novedosas para prevenir y curar el sobrepeso y la obesidad.
Con el parto natural y la lactancia, la microbiota es más sana
El “hueso duro” de la microbiota se forma en los primeros 3-4 años de vida, luego cambia con el contacto con los padres, el ambiente externo, la comida y va asumiendo una “personalidad” propia, una composición particular que tiende a no cambiar con el tiempo y a restaurarse luego de sufrir cambios debidos a terapias farmacológicas, estrés, desequilibrios hormonales.
La microbiota, que cambia de continente a continente, pero también entre una ciudad y otra, e incluso de un barrio a otro, empieza a formarse al momento del parto, cuando las bacterias de la madre colonizan el nuevo intestino que hasta ese momento permanece estéril. Es por eso que el parto natural parece ser importante para desarrollar una microbiota sana, mientras que las cesáreas podrían hacerla entrar en contacto con bacterias externas potencialmente nocivas.
También la lactancia materna es beneficiosa, porque provee los nutrientes más adecuados para seleccionar la microbiota más adecuada para el intestino del recién nacido.